Si tienes una idea brillante, un diseño excepcional o algo realmente imaginativo, contacta con ellos para protegerlo y comenzar a mover la maquinaria de su comercialización. Un diseño, una patente, una idea brillante. Es más que probable que, en una determinada ocasión, una bombilla en nuestro interior se encienda e ideemos algo totalmente interesante e incluso revolucionario. Las grandes mentes necesitan muy poco para que su mecha se prenda con una intensidad bestial. El problema es que cerca de una mente de este tipo suele haber otra con intenciones poco deseables. En la actualidad, sobre todo en el ámbito tecnológico, es raro no ver un día en el que no surja un caso de apropiación malintencionada del ámbito de cobertura de una patente, de demandas por infracción o competencia desleal de lo amparado en diseño  o en una patente, e infinidad de plagios que acaban en los tribunales. De hecho, si miramos un poco atrás en el tiempo y repasamos la historia, podemos tener casos como el de Han Lippershey, el fabricante de un primer telescopio al que le negaron la patente, cuya idea fue retomada y establecida solo un año después por Galileo Galilei; o también el caso de Antonio Meucci,